En principio, debemos asumir que tanto los huevos como el resto de los alimentos que consumimos hoy en España pasan por controles sanitarios cada vez más estrictos, con el objetivo de que sean seguros para los consumidores. La seguridad y la higiene de los alimentos a la venta en nuestro país, como es el caso de los huevos, son reguladas por la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN). La AECOSAN vela por la salvaguarda de los alimentos, para protegerlos de cualquier condición que pudiera perjudicar la salud a corto o largo plazo. Esta Agencia garantiza no solo una buena calidad e inocuidad de los huevos (y del resto de alimentos), sino también el acceso a los productos alimenticios o la capacidad para adquirirlos, que la oferta y disponibilidad de dichos alimentos sean adecuadas y de que la estabilidad de su oferta no sufra fluctuaciones ni escasez en función de la estación o del año. Así, cuando compramos huevos en un comercio, podemos confiar en que están en buenas condiciones higiénicas y son inocuos para la salud, con o sin manchas.
Es importante recordar que, aunque vea manchas en los huevos, debe evitar lavarlos antes de almacenarlos, porque esto debilita su cáscara que actúa de barrera protectora y promovería la penetración de ciertos microorganismos que pueda haber en ella (como la Salmonella). Si la cáscara está muy sucia, puede lavarse, pero justo antes de ir a consumir el huevo. Un truco muy sencillo para saber si un huevo es apto para el consumo o no, es sumergirlo en agua, y si flota, si sale a la superficie, no debería consumirse, ya que es indicativo de que ese huevo tiene mucho tiempo, ha perdido una parte importante de su contenido en agua y ha aumentado la cámara de aire. Igualmente, un huevo debería descartarse en caso de presentar rotura o grietas en su cáscara.

Ese tipo de yogures se anuncian por su supuesta capacidad para mejorar y mantener un buen funcionamiento del sistema inmune. Algunos estudios preliminares publicados entre finales de 1999 y principios del 2000 observaron que un tipo de bacteria denominada Lactobacillus casei DN-114.001 podría modular la respuesta inmune. En 2006, la máxima agencia europea en materia de legislación alimentaria, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), publicó un reglamento de obligado cumplimento, según el cual las pruebas para acompañar un alimento o una sustancia de una declaración de salud debían ser fidedignas. Se puede consultar dicho reglamento y sus actualizaciones en el siguiente enlace de la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN): https://www.aecosan.msssi.gob.es/AECOSAN/web/seguridad_alimentaria/subdetalle/tipos_declaraciones.htm
Ni la citada bacteria, ni ninguna otra, pasaron el estricto filtro de la EFSA. Sin embargo, las empresas han añadido a sus yogures vitaminas implicadas en el funcionamiento del sistema inmune, como la vitamina B6 o la vitamina E, cuya carencia no es un problema en la población española (algo que se puede comprobar en la encuesta Encuesta Nutricional de Ingesta Dietética en España, ENIDE, llevada a cabo por el Ministerio de Sanidad). Así, salvo si usted presenta una deficiencia bien diagnosticada de estas vitaminas, este tipo de yogures no van a ser más beneficiosos para usted que un yogur tradicional. Tales vitaminas también puede encontrarlas en alimentos muy saludables, como los frutos secos (almendras, avellanas, nueces, etc.), algunas frutas (plátano, aguacate, etc.), hortalizas, aceite de oliva, etc.

Lo primero a aclarar es que no todo es leche, la Unión Europea solo permite el término leche para referirse a la de origen animal, con excepción de la leche de almendras y la leche de coco. Y no se permite, porque no son lo mismo, su origen es diferente y sus características nutricionales también. Desde esta premisa es complicado establecer comparaciones, y menos decir si una es más saludable que la otra. Tienden a comprarse porque puede ser que sean productos que cubran la misma necesidad de consumo, por ejemplo, en el caso de sufrir intolerancia a la lactosa, se sustituye la leche por bebidas vegetales para desayunar, tomar un café…
Casi todos los alimentos de origen vegetal contienen, en mayor o menor medida, cierta cantidad de azúcar de forma natural. Por ejemplo, la fruta fresca tiene cerca de un 10%. Sin embargo, los comités de nutrición no computan ese azúcar ni limitan su consumo (tanto el de la fruta fresca como el de la bebida que usted comenta). Lo distinguen de los llamados “azúcares añadidos”, definidos como los que añade el fabricante o el consumidor de forma voluntaria (se incluyen también los presentes en zumos de frutas, mieles o jaleas). De hecho, si revisa la etiqueta de la leche de vaca, verá que también contiene cierta cantidad de azúcar, que ronda el 5% del producto. Por otra parte, la bebida de avena no es más nutritiva que la leche de vaca. En realidad, contiene muchísimo menos calcio y, por eso, los fabricantes suelen añadírselo durante el proceso de elaboración. Con o sin calcio, lo cierto es que los estudios no observan claras mejoras atribuibles al consumo de bebidas vegetales. A su vez, no se ha comprobado que la leche aporte grandes beneficios o milagrosas mejoras para la salud, pero tampoco es responsable de ninguna clase de perjuicio.

Hay que dejar claro que ni el yogur ni la leche son en absoluto alimentos grasos, contienen alrededor de un 2,6% y un 3,8% de grasa respectivamente, es decir, que un yogur natural entero (125 g) contiene sobre 3,25 gramos de grasas, y un vaso de leche entera (200 ml) sobre 7,5 gramos.
Desde hace muchos años, se debate sobre si los alimentos grasientos o azucarados contribuyen al riesgo de padecer acné. En 1930, se culpó del acné al chocolate y al azúcar o a los alimentos azucarados. También se decía que la falta de yodo causaba este trastorno. Hacia 1960 se revisó esta cuestión y se concluyó que dicha relación no existía. El debate no acabó. Trabajos científicos publicados entre 2005 y 2008 sugirieron una cierta relación (pero no muy clara) entre el acné en adolescentes y el consumo de productos lácteos, pero los estudios no eran de gran calidad, ya que no permitían dilucidar si los lácteos eran la causa del acné o era una simple coincidencia. Por ello, hoy por hoy, ningún comité científico o autoridad sanitaria desaconseja los lácteos por su supuesta relación con el acné. La investigación más reciente sobre esta cuestión es la publicada en la revista Pediatrics en 2013, titulada “Recomendaciones basadas en la evidencia para el diagnóstico y tratamiento del acné en pediatría”, que concluye que no existen evidencias claras sobre posibles manipulaciones dietéticas que mejoren el acné.
En todo caso, consumir muchos lácteos desplazará el consumo de otros alimentos que deben formar parte de la base de una dieta saludable: los de origen vegetal poco procesados. Conviene que, en casa, exista una amplia variedad de frutas, hortalizas, legumbres, frutos secos no salados y cereales integrales (pan, pasta, arroz o harina integrales).

Las frutas escarchadas efectivamente contienen una cantidad alta de azúcares añadidos. El exceso de azúcar en la alimentación incrementa el riesgo de que los niños padezcan, a corto plazo, enfermedades dentales (sobre todo caries) y, a medio-largo plazo, exceso de peso (sobrepeso u obesidad). Las enfermedades bucodentales no solo se circunscriben a la caries, sino también al mal desarrollo del esmalte, a la erosión dental y a la periodontitis (inflamación e infección de los tejidos que rodean y sirven de soporte a los dientes), entre otras muchas dolencias. Además de ser molestos, estos trastornos disminuyen la calidad de vida de los niños porque influyen en su capacidad de alimentarse, en su autoestima y, por consecuencia, en su salud en general.
En cuanto a la relación entre exceso de peso y azúcar ha sido confirmada por un extenso análisis publicado en enero de 2012 en la revista “British Medical Journal”. El exceso de peso es, si cabe, más grave para la salud infantil que las enfermedades bucodentales, ya que incrementa el riesgo de padecer enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2.
Con esto, entendemos que no es recomendable usar altas cantidades de azúcar para lograr que los niños coman fruta. Además, las frutas escarchadas no contienen buena parte de las vitaminas de la fruta fresca, por lo que no pueden considerarse alimentos equivalentes. Su consumo, en resumen, debe ser ocasional y no sustituir a ninguna toma de fruta fresca entera.