Mujeres que cuentan

Deje un trabajo fijo en una gran empresa para poner una granja de 22.000 gallinas

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“Cuando llego la pandemia y estábamos confinados entonces si que nos acordamos de los productores locales.”


Begoña Zearzolo es una mujer que decidió emprender con su propio negocio para conciliar el trabajo con su vida familiar. Dejó un puesto fijo en una gran empresa y puso una granja de gallinas y otra de cerdos. Hoy, esta emprendedora dirige una empresa de éxito, pero la actividad es muy dura. Es un trabajo de lunes a domingo, todos los días del año. Lo mejor es que puede organizar su tiempo para atender a su familia y, por eso, se siente bien.

El cambio vino precedido por una mala noticia. A su padre le quedaba poco tiempo y con el trabajo que tenía no podía atenderle. Lo dejó y, tras cuatro largos años para conseguir todos los papeles, pudo poner en funcionamiento la granja y que su padre lo viera. La decisión fue buena a pesar del miedo y la preocupación que tuvieron sus padres al verla embarcarse en una aventura de este calibre.

En el camino, muchas veces se preguntó “quién me mandaría a mi meterme en algo tan grande, cuando no sabía nada sobre cómo funcionaba una granja de gallinas”. Pero el resultado es totalmente satisfactorio. Ahora, puede desayunar a diario con su familia, ir a buscar a su hijo e hija al colegio… es algo que le compensa con creces el trabajo que le dan las 22.000 gallinas y 300 cerdos.

Begoña Zearzolo recalca que la pandemia ha hecho valorar más lo local. Asegura que las pequeñas empresas locales han sido quienes han salvado del desabastecimiento a las grandes superficies durante el confinamiento. Además, recalca la calidad del producto local. Se siente realmente satisfecha de lo que produce y de cómo lo produce.

Su esfuerzo y su emprendimiento le ha permitido ser una mujer más libre y tener una vida familiar más plena. Así nos lo cuenta en un emotivo vídeo.

Me pilló en un momento de mi vida que estaba con dos hijos, mi padre no estaba bien y quería cuidarle, y con el trabajo que tenía no podía hacerlo.

Dejé el trabajo que tenía fijo. Cuatro años nos costó conseguir todos los papeles para hacer la granja. Yo, en el amino, mogollón de veces me decía: “Jo, ¿quién me ha mandado meterme en algo así, en algo tan grande? Cuando ninguno de los dos sabíamos cómo funcionaba una granja de gallinas. Eres tú y las gallinas.

Soy Bego Zearzolo y soy una mujer que cuenta.

Porque nosotros teníamos intención de poner una granja de 6.000 gallinas, pues nos dijeron de 20.000 y eso a mí me puso…. Decía: “¡Ay, amá! ¡Pero 20.000 gallinas…!” ¡22.000 gallinas! Total, que echamos hacia adelante.

Es que yo estaba con mi padre en el hospital y me dijeron que le iban a quedar ya pocos años. Mi padre era de los de: “Jo, ¿cómo vas a dejar un trabajo? ¿Cómo vas a meterte en algo así? Te vas a arruinar la vida, porque es un montón de dinero”. Dije: “Bueno, pues mira, voy a hacer y a ver si me da tiempo para que él lo pueda ver también y se vaya tranquilo también.” Y sí, sí. Sí que le dio tiempo.

Él era de decir poco, pero durante los cinco años que estuve con él muchas horas en el hospital, le acabé conociendo, y sabía que él no era de decir mucho con palabras y así, pero yo sabía que él, adentro, estaba contento.

Es un trabajo de lunes a domingo, todos los días del año, o sea, no libramos ni un día, pero para cualquier cosa, yo tengo tiempo: me levanto con mis hijos, desayuno con mis hijos, los acompaño al cole, a los mediodías les recojo para traerlos a casa, comemos juntos los cuatro… No hay un día igual tampoco, no sé… Es que yo me siento bien. Me siento bien.

El mayor lo ha vivido. La pequeña sí que me pregunta a ver por qué me fui de las oficinas para poner granjas y cerdos y estas cosas. Agradecen poder estar al aire libre, aprenden de nuestro trabajo también, y muchas veces: “Oye, ¿os podemos ayudar?” Y venga, y se sienten parte. Es como una escuela. Mira, en la vida las cosas no te las van a regalar ni te las va a dar nadie, vas a tener que hacer tú.

Yo me acuerdo con mi hermano y mis primas que íbamos a cuidar las vacas, en unas landas, cada una en una esquina para que las vacas no se escapasen, y allí jugando con el burro en el carro a por patatas… Era una libertad… Era felicidad.

Hay días duros también que dices: “¡A la mierda la granja y los cerdos, y todo!” Pero luego cuando miras lo que tienes y cómo vives, pues no. Yo les pongo todo mi cariño a las gallinas, o sea, me preocupo de que, lo mejor que tengo yo en la granja, vaya a la tienda y que la gente que consuma que me diga: “¡Pues qué ricos que están!” Y al final es algo que tenemos aquí; es que es algo nuestro.

Cuando llegó la pandemia y nos cerraron y no podíamos salir, entonces dices: “Ostras, cuando nos hace falta lo importante, que es la comida, sí que nos acordamos a ver dónde está la que vende los huevos o dónde está la de la carne o dónde está la de las patatas”.

Entonces yo creo que al final la cosa es estar tú bien con lo que haces.

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