Mujeres que cuentan

La cesta de la compra puede cambiar el futuro de nuestro entorno y otras muchas cosas

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Las mujeres y los hombres no deben competir, deben colaborar.


María José Sanz, se ha encontrado en situaciones en las que miraba a su alrededor y descubría que no había mujeres. Si en el mundo hay, más o menos, un 50% de mujeres y 50 de hombres, ¿por qué se dan estas circunstancias?

Estas diferencias deben ser solucionadas, pero nos dice que no desde la competitividad, sino desde la complementariedad. Hay que complementar conocimientos y buscar soluciones más creativas a los problemas que tenemos.

Y es precisamente lo que estamos haciendo ahora con la pandemia. María José ve que esta situación nos está enseñando que somos capaces de reaccionar y adaptarnos ante una situación difícil. La crisis de la COVID puede llevarnos a un cambio de modelo y a una reconstrucción europea en clave de sostenibilidad.

Como mujer experta de calado internacional sobre el cambio climático, dice que la negativa situación climática es un síntoma de que algo va mal, que lo que hemos creado no es sostenible, estamos en una situación ideal para parar y reflexionar sobre la sociedad que queremos. Es algo que podemos y debemos hacer según esta mujer valenciana, que ve en la acción individual una manera de cambiar el entorno.

Las compañías también tienen su responsabilidad. Dice que somos lo suficientemente inteligentes para generar nuevos modelos de negocio que minimicen el desperdicio alimentario, que en cárnicas llega al 40% y, también, minimizar el impacto medio ambiental que supone producirlas.

María José Sanz es Doctora en Biología y actualmente la Directora Científica del BC3, Miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático grupo que entre otros muchos logros tiene el honor de haber ganado el Nobel de la paz en 2007, Coordinadora Del Programa de reducción de emisiones de la FAO, Mediadora en el Acuerdo de Paris, en el Protocolo de Kioto… Su curriculum es tan largo como impresionante. Destaca la figura de su madre como inspiración y como fundamental apoyo en un momento en el que no se fomentaba que las mujeres cursaran estudios universitarios.

Nos anima a desterrar la narrativa negativa que rodea al discurso del cambio climático, a aprovechar la oportunidad actual para reconstruir Europa en clave sostenible y a reflexionar sobre la sociedad que queremos para el futuro. Puedes empezar escuchándola en este vídeo.

El cambio climático no es otra cosa que un síntoma de algo que va mal. Lo que hemos creado no es sostenible y el cambio climático es un aspecto de esa insostenibilidad, pero hay otros.

Soy María José Sanz, y soy una mujer que cuenta.

Yo fui muy mala estudiante hasta séptimo de EGB o así. Yo es que me crie en la huerta, en una barraca. Yo soy de Valencia, las barracas son de barro y paja, y yo me crie en una casa de estas. Y siempre estábamos en la calle. Me aburría. Eso de estar encerrado en clase todo el día pues era una tortura. Pues a mí me tenían que cazar todos los días dándole vueltas al olivo que había de camino al colegio.

Siempre acababa yo castigada. No veía el cine de los viernes, no me daban las medallas ni las bandas esas que ponían. Tenía dislexia, entonces, escribo fatal. O sea, yo siempre he escrito fatal. Una letra que no entiendo ni yo, o sea, que como pasen tres días ya no sé ni lo que he escrito. Y me castigaban a hacer caligrafía, no sé si os acordáis, las caligrafías Rubio, que al final mi madre venía a por mí. Me decía: “¿Pero vas a salir? ¿La van a dejar salir ya o qué?” Todo el mundo pensaba que el niño era el que tenía que hacer la carrera pues porque luego tenía que mantener una familia. Cuando yo era pequeña, esa era la mentalidad que había, ¿no?, incluso en mi propia familia. Mi madre rompió con todo eso y dijo: “¡Pues no!”

Mi referente fue siempre ella que fue al colegio lo justo para leer y escribir, pero tenía una capacidad… Era una persona superinteligente. Esa libertad de pensamiento en una mujer que había tenido que vivir épocas muy difíciles, y sola, además, porque ella era huérfana era una fuente de inspiración, ¿no?

Los profesores, como no sabían qué hacer conmigo porque no paraba de moverme, me pusieron en una clase de un año superior y salí con un año de antelación de la EGB.

Nos fuimos todos con los profesores al nuevo instituto y me acuerdo de que ni siquiera teníamos limpieza, limpiábamos nosotros.

Quisieron hacer las cosas un poco diferentes. Descubrí que no tenía que memorizarlo todo. Me hicieron entender que lo importante era aprender a pensar. Cuando nos empezaron a dar Ciencias Naturales, nos explicaron el ciclo de los helechos, y mi abuela me dijo: “Eso es mentira”. Me empezó la afición yo creo a partir de la negación de mi propia abuela.

Bueno, pues eso, que tu carrera empieza a despegar, que empiezas a publicar un montón, que ya tienes un equipo de 24 personas y dices: “Y todo esto, ¿para qué?” Tenemos que tener claro cuál es el fin. Creo que tenemos que volver a unir los medios tecnológicos con el para qué. ¿Para qué estás haciendo eso? O sea, ¿te has planteado para qué estás haciendo eso? Porque si no, los instrumentos por sí solos tienden a desbarrar, ¿no?

Empecé a entrar en contacto con el mundo de las negociaciones multilaterales: el Protocolo de Kioto, todas las reglas nuevas y el Acuerdo de París. Y allí me di cuenta de que no era tan fácil esto de trasladar el conocimiento a un ámbito en el que se tomaban decisiones políticas.

Sí, soy Nobel de la Paz. Sí, bueno, junto con cinco mil más, ¿eh? Ese estuvo muy bien distribuido. Me costó más compartirlo con Al Gore, sinceramente. Y lo siguiente que me quedaba era: “Vale, y eso, ¿cómo lo llevo a la práctica?” Y me volví a ir. Me fui a la FAO. Trabajaban en mi ámbito y trabajaban en países en vías de desarrollo, y yo ese ámbito no lo conocía. Yo recuerdo que yo estaba en la FAO cuando saltó la epidemia de ébola, os acordaréis, ¿no? En África fue una catástrofe.

Y allí estuve otros cinco años hasta que me vine para acá otra vez. Volví a la ciencia. Y hubo una cosa que me llamó mucho la atención y era que era un centro multidisciplinar. Todas las disciplinas que normalmente generan conflictos entre ellas, separadas, estaban todas en el mismo centro.

Yo creo que esta pandemia, lo que nos está demostrando es que somos capaces de reaccionar cuando nos enfrentamos a una crisis. Abordar la crisis del COVID puede llevarnos también a un cambio de modelo. La reconstrucción europea tiene que ser en clave de sostenibilidad.

Nunca hubiéramos pensado que se podían hacer unas inversiones tan grandes como las que se están considerando ahora mismo en Europa y es una oportunidad para cambiar.

La ciencia siempre, en el cambio climático, desde el principio, siempre se ha puesto en plan negativo. Esa narrativa negativa que hemos tenido durante muchos años está empezando a cambiar. Tenemos este problema, pero, si cambiamos, ¿cuáles van a ser las oportunidades de futuro que vamos a tener? Lo que más me entristece es el hecho de que nos cueste tanto arrimar el hombro, ¿no?, y dejar de lado nuestras diferencias. Cuando tenía veinte años menos me podía indignar, pero ahora ya no me indigno, ahora me entristezco.

Muchos de estos efectos ambientales que nos parecen que están alejados de nuestro día a día muchas veces, han llevado a migraciones, han llevado a conflictos armados incluso, ¿no? Pueden llegar a provocar terremotos en la sociedad. Por eso yo creo que hace falta una reflexión. Que un individuo haga una pequeña cosa no es suficiente. Tenemos que tener millones de pequeñas cosas, que los gobiernos regulen para que esto sea más fácil y sobre todo yo creo que hay una gran oportunidad en las ciudades. Ahora mismo son una punta de lanza en la lucha contra el cambio climático, pero hay que darle coherencia.

Habrá gente a la que le chocará, pero, en prácticamente seis meses, si miramos los anuncios de automóviles, prácticamente todos son híbridos. Empieza a haber un cambio incluso en la industria sobre cuál es el modelo de movilidad. No creo que la solución esté en sustituir todo el parque móvil que tenemos por otro parque móvil, ¿no?, porque también para hacer automóviles hacen falta recursos naturales.

Como especie nos caracterizamos por una capacidad de adaptación, que, para nuestro tamaño y nuestra complejidad, es bastante grande. Los virus se adaptan en seguida, porque solo tienen unas cuantas cadenas de material genético, pero nosotros, que somos un organismo muy, muy complejo solo tenemos que ver el problema y querer adaptarnos. Pues hay sociedades que tienen capacidad de reaccionar rápidamente, como es el caso aquí. Cuando en España vino la crisis en el 2007, 2008, todo el mundo decía que aquí se iba a montar la de Dios. Y, en dos o tres años, yo empecé a reflexionar: “¿Y por qué no se ha montado la de Dios?” Porque tenemos unas redes familiares muy fuertes y los vecinos se ayudaban…

Ahora en Europa está muy de moda el concepto de misión. ¿Y por qué se llaman misiones? Porque se persigue una idea de hacer una disrupción tecnológica que nos lleve a un cambio social después, y económico. Y creo que todos podemos encontrar algún pequeño hueco para contribuir. Tenemos que volver a tener misiones colectivas.

Yo creo que a lo que hay que animar a las niñas es a que entren en el ámbito del conocimiento y que, si quieren trabajar en la generación del nuevo conocimiento, lo hagan en aquellas áreas que más les atraen. Y ya está. Sean niños o sean niñas. O sea, yo me he encontrado en situaciones en las que miro a mi alrededor y de repente descubro que no hay mujeres. Todavía hay diferencias, ¡que no se deben soslayar porque pensemos que tenemos la misma capacidad!, sino porque pensemos que tenemos capacidades complementarias. ¿Hay que competir con los hombres? No, no hay que competir, hay que colaborar. ¿Por qué? Porque somos diferentes. Seguro que juntos vamos a hacer una sociedad mejor y vamos a encontrar soluciones más creativas a los problemas que tenemos.

En el Premio Nobel ha habido mucho machismo porque, incluso en los años cuarenta, cincuenta, hubo muchas mujeres detrás de los descubrimientos de algunos premios Nobel hombres. Lo que pasa es que no les dieron a ellas el Premio Nobel, ¿no? O sea, que no es una sorpresa que ahora de repente haya mujeres que hagan Física y Química al nivel de un Premio Nobel, sino que simplemente antes pues no se les reconocía, ¿no?

Sí que es verdad que ahora tenemos tal cantidad de conocimiento, que es muy difícil que alguien lo abarque todo. Científicos que tengan esa capacidad más holística de ver aspectos y conectarlos hacen mucha falta. Lo primero que creo que es importante es que los jóvenes de hoy en día se informen, y eso pasa por mejorar la educación también y por exponerles al pensamiento crítico. Entonces el fenómeno Greta está muy bien porque tuvo el valor de sentarse allí, tuvo el valor de encontrar un objetivo y consiguió movilizar a un montón de jóvenes, ¿no?

Mi cesta de la compra puede cambiar el futuro de mi entorno y puede cambiar muchas más cosas; el contar más con producciones locales, que se ha visto claramente durante estos meses, ¿no? Cuando la gente empezó a asustarse de que si se paralizaba el transporte internacional que qué vamos a comer, ¿no? No podemos estar dependiendo en cosas básicas de algo que no podemos controlar. Entonces yo creo, por ejemplo, que eso sí es importante. Volver a localizar ciertas producciones alimentarias y siempre mirando el no cometer errores del pasado.

Entre un 20 y un 40 por ciento de los alimentos van de la producción a la basura; en países en vías de desarrollo se pierde en la propia producción en el almacenaje, y en países desarrollados va de la nevera al cubo de la basura. En productos cárnicos llega a un 40 por ciento, ¿eh? O sea, es muchísimo. Y te lo digo: “¡Imagina la cantidad de proteínas animales que estás tirando a la basura que en su producción pueden tener un impacto ambiental!”. Entonces ahí tenéis una responsabilidad social, además, de reducir, de minimizar esas pérdidas, ¿no?

Esta pandemia nos ha llevado, yo creo que a todos, a reflexionar un poco, ¿no? Yo he trabajado para organizaciones multilaterales durante casi doce años y ahora cuando llegó el confinamiento, en casa me decían: “¡Buf! ¡Pues sin viajar te vas a morir! ¿No?” Oye, pues yo no lo echo de menos. De hecho, ahora me cuesta salir de casa, me cuesta cuando me dicen: “Ay, tienes que ir a…” “¿Y no se puede hacer on-line?” Y he descubierto que muchas de las reuniones a las que iba a Bruselas o tenía que ir a París o tenía que ir a… Oye, pues con el Zoom se arreglan igual, ¿eh?

A lo mejor dentro de unos años es una sociedad que no requiere esa movilidad tan salvaje que tenemos ahora, ¿no? Tener que estar permanentemente moviéndonos, de tener que irnos de vacaciones a la India o tal… Digamos que tenemos que volver un poco, parar, frenar y pensar cómo nos gustaría que fuera el futuro.

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